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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sobre la práctica de exorcistas

La primera y principal armadura con la que se ha de armar el exorcista es una viva e indubitable fe y confianza en Dios y en nuestro Salvador Jesucristo; porque en el dedo de Dios ha de echar al demonio y pisar no solamente al león mas fiero, sino también al dragón aunque venga del infierno. Y aunque es verdad que el exorcista obra como ministro de la Iglesia y por lo tanto sus oraciones son gratas y aceptadas por Dios, aun así debe tener mucho cuidado de que su alma y conciencia estén limpias por la contrición y dolor verdadero, y sacramento de la confesión para que el demonio no le pueda argumentar ningún tipo de pecado y no tenga sobre el poder alguno pues consta por la Escritura que Dios nuestro le da muchas veces licencia para hacer guerra y daño al que vive en pecado. Con semejante prevención se pretende ser mas aceptado por Dios y por lo tanto mas rápida la victoria. Es conocido que un religioso recién salido del Noviciado y ordenado de Evangelio, ahuyentó un demonio que muchos años hacía que atormentaba a un hombre y mujer casada, y antes que llegase a su casa, les decía: Ya viene ese cleriguillo, decidle que no estoy aquí.
Debe tener también verdadera humildad y considerar que solo es un instrumento indigno que usa Dios para remediar al prójimo afligido, y que nada puede sin su singular asistencia y auxilio. De esta suerte cerrará el paso a la vana gloria, ni dará lugar a alabanzas ni aplausos de los hombres, sino que solamente hará aprecio y estimación a la mayor honra y gloria a Dios, acordándose de lo que dijo Jesucristo a sus apóstoles:
pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos
Este debe ser el principal fin y motivo del exorcista y no la estimación y reconocimiento de los hombres pero sobre todo ha de tener cuidado de no presumir de tener potestad alguna sobre el demonio; según San Gregorio, un sacerdote fue poseído por el demonio porque se atribuía así mismo la potestad de expulsar demonios. Y refiere Metafraste en la vida de San Marcelo Abad, que cuando lanzaba los demonios, y ellos a grandes voces le decían: "Iube nos exire, quoniam accepisti potestatem in nos". El Santo no hacía caso de sus palabras, no los mandaba salir entonces, sino que proseguía su oración y perseveraba en ella, hasta que por virtud divina compelidos se iban y dejaban de atormentar los cuerpos en los que estaban.

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