Debe tener también verdadera humildad y considerar que solo es un instrumento indigno que usa Dios para remediar al prójimo afligido, y que nada puede sin su singular asistencia y auxilio. De esta suerte cerrará el paso a la vana gloria, ni dará lugar a alabanzas ni aplausos de los hombres, sino que solamente hará aprecio y estimación a la mayor honra y gloria a Dios, acordándose de lo que dijo Jesucristo a sus apóstoles:
pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielosEste debe ser el principal fin y motivo del exorcista y no la estimación y reconocimiento de los hombres pero sobre todo ha de tener cuidado de no presumir de tener potestad alguna sobre el demonio; según San Gregorio, un sacerdote fue poseído por el demonio porque se atribuía así mismo la potestad de expulsar demonios. Y refiere Metafraste en la vida de San Marcelo Abad, que cuando lanzaba los demonios, y ellos a grandes voces le decían: "Iube nos exire, quoniam accepisti potestatem in nos". El Santo no hacía caso de sus palabras, no los mandaba salir entonces, sino que proseguía su oración y perseveraba en ella, hasta que por virtud divina compelidos se iban y dejaban de atormentar los cuerpos en los que estaban.
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